domingo, 23 de febrero de 2014

Ganador y finalistas "Leyendas Urbanas en la universidad"


Lo primero de todo agradecer a Delirio librería y comics haber confiado en nosotros y ofrecernos esos maravillosos premios.


Tras muchos días y deliberaciones, ya podemos anunciar un ganador y éste es (redoble de tambores)...

...

Raquel Moreno


Por el relato

Peter




Además de una mención especial para el primer finalista:


Héctor Puente. 

Por su relato




Enhorabuena al ganador y muchísimas gracias gracias a todos por participar. Pero aquí no queda la cosa, la siguiente lista es la de finalistas (por orden alfabético):


¿Estás entre los finalistas? ¿Qué opinas de los relatos de este año? Deja tus comentarios indicando cuáles eran tus preferencias.

 Muchísimas gracias por participar.

Si además os ha gustado estad atentos al blog porque dentro de poco comenzaremos otros concursos.

A continuación podéis leer la obra ganadora.

PETER



Permíteme contarte una historia, una historia basada en hechos reales, protagonizada por un alumno peculiar que en un solo día cambio toda su razón de ser: Peter.

Peter caminaba por la facultad de trabajo social, políticas, sociología  y adornos florales. En el campus abandonado de la mano de dios de Somosaguas. Había pasado mucho tiempo allí y ya no había nada que llamara su atención ni que le hiciera emocionarse. Cuando, irónicamente encontró una llave vintage tirada en el pasillo que daba a la biblioteca.

- Que típico una llave...- (oyente)
- Shhhh, presta atención a la historia- (narrador)

Peter, anonadado y fascinado por aquella llave quiso saber a donde pertenecía. En ella se apreciaban unas letras grabadas, “DINOSAURIOS” , que ofrecían la primera pista para encontrar algo determinado.

Peter pensó detenidamente y exclamo: - ¡las excavaciones del campus!- 

Corrió hacia los gigantescos hoyos que había detrás de la facultad, y disimuladamente, se metió en uno de ellos, como si desapareciera ipso facto. (En realidad resbaló y cayó de lomo).

Cuando se incorporo cogió su herramienta táctica para excavar, su cuchara recién robada del comedor. Cavó y cavó, pero en mitad de su tarea, la cuchara se rompió. Pero no le importó demasiado, ya que tenía un plan B. De su bolsillo derecho del pantalón izquierdo saco una cucharilla blanca de plástico. Y cavó y cavó hasta dar con algo muy duro: una pequeña caja de música con dos cerraduras. Una de ellas coincidía con su llave, pero le faltaba otra.

-Pero hay muchos hoyos excavados, ¿Acertó con el primero que se encontró?- (oyente)
- Sí, calla- (narrador)

En el cofre había dos formas en relieve, una era la forma de la llave que ya tenía, otra parecía un medallón. Peter volvió a pensar, y sus ojos se abrieron como platos, pues había hallado la respuesta: el medallón que le dio su madre. Sacó la reliquia familiar del bolsillo izquierdo del pantalón derecho,  y lo observó como si por fin hubiera entendido el significado de aquel objeto. Dentro del medallón había una inscripción: "Tienes macarrones para comer, te quiere. Mama". Su madre no dejaba de sorprenderle con sus regalos, esa misma tarde le preguntaría por qué le dio aquel extraño objeto, y por qué en general le daba objetos al azar sin ningún sentido; tal vez podría ser el inicio del síndrome de Diógenes; quien sabe...

Puso las dos llaves en sus respectivos lugares, y abrió la cajita. Dentro había varias cosas, como cartas que narraban la historia de amor imposible entre un empleado del Mcdonal y una empleada del burguer king; una barrita de tuosteno;  chicles; preservativos... Lo típico. Pero un objeto muy reluciente se asomaba por el fondo de la caja, una tiza dorada.

Su brillo le parecía familiar, él ya había visto ese color en otro sitio antes... ¡Las pizarras de las aulas del sótano!

Corrió con su cajita musical hacia el sótano, y buscó el aula 505 en lo más profundo de la facultad. En  ese me momento había clase, por lo que tuvo que espera 4 horas a que salieran todos para quedarse totalmente solo. Una vez que salieron todos, Peter, que se había quedado dormido en las sillas del pasillo, entro en la clase, verificando que nadie le había visto entrar, y cerró la puerta tras de si.
Se paró en frente de la pizarra, y agarró con decisión su tiza dorada. Pero simplemente hizo garabatos por toda la pizarra, entre ellos el dibujito de un mini pene, como no.

De pronto se detuvo en seco, la tiza de la pizarra empezó a despegarse de la misma, y a formar una densa nube de brillos dorados. Se reorganizaban y se posaban de nuevo en la pizarra, formado un nuevo dibujo, un mensaje. Peter quedó fascinado con ese maravilloso espectáculo de formas y brillos que se presentaba ante él. Sujetaba la tiza con fuerza, su tiza del destino, su tiza de oro, la tiza de las tizas, la tiza filosofal, la tiza para gobernarlos a todos… De pronto los polvos se asentaron por completo, dejando ver el majestuoso y enriquecido mensaje lleno de conocimiento y fundamento que la tiza albergaba en su interior:

“Escriba su nombre y apellidos:
Apellidos _____________
Nombre______________”

Peter, confuso, siguió las órdenes plasmadas en la pizarra, pero tuvo que borrarlo y empezar de nuevo porque había puesto su nombre en el apartado “apellidos”. Una vez lo consiguió, un pasadizo se abrió ante el a través de la pizarra, y Peter, aún estado un poco asustado, no podía evitar la curiosidad que en si mismo guardaba; por lo que entró con decisión. Avanzó por el pasadizo iluminado por antorchas y dio con una amplia y desordenada habitación con olor a humedad.

- Pero espera, el aula 505 está entre dos clases, entre pared y pared no habrá mas de 30 cm de grosor, ¿como puede haber un pasadizo?- (oyente)
- Oye chaval, o  dejas de sacarle pegas a la historia o llamo a la niña del pozo- (narrador enfadado)
- ... - (silencio del oyente)

En aquella habitación había varios objetos macabros,  como cadenas en la pared, bidones con símbolos radiactivos, varios huesos no humanos (y no parecían de ningún animal corriente), tubos de ensayo, mapas del tesoro, cientos de libros con moho, armarios, etc. Peter ojeó los armarios para ver si había algo de valor, pero todo parecía muy estropeado o sin importancia. Pero de pronto halló algo muy llamativo, una figura de una Geisha de 40 cm de alto con un paquete envuelto entre sus manos. Peter alargo el brazo para coger la pieza, pero pesaba demasiado, así que solo desenvolvió el paquete que parecía estar hecho con seda. Algo cambió dentro de Peter al ver lo que contenía el paquete, se estremeció, pero a la vez se lleno de alegría, de odio, de placer, de pena; pero sobretodo de ambición. Aquel objeto le atraía más que nada en el mundo, no podía separarse de el, y mucho menos dejar que otra persona lo encontrara…

Desde aquel entonces Peter quedó custodiando la habitación, siempre alerta preparado para arremeter con quien quisiera entrar y llevárselo, se lo guardó solo para él. Y  por ello, de vez en cuando, se escuchan crujidos, chasquidos y gritos de ira detrás de la pizarra del aula 505 del sótano; porque allí se encuentra, un ser corrompido y ambicioso, un ser torturado y complacido, por ese misterioso y desconocido objeto. Y te diré otra cosa más, yo sé su historia, yo sé qué le ocurrió, yo sé todo esto porque YO-SOY-PETER.

- Eso es imposible, ¿Cómo vas a ser Peter? ¿Cuántos años llevas aquí? ¿No se supone que Peter se quedaría para siempre con el tesoro?- (oyente confuso)
- Pero yo solo digo…-  (Narrador interrumpido)
- Todo esta mal, ¿Qué clase de historia es esta?- (oyente frustrado)
- Pero… yo… deja que….- (Narrador)
- No, no, no, es la historia más estúpida que he oído nunca, y bla bla bla bla bla – (Oyente con quejas)
- Ok… - (Narrador preocupantemente sereno)
- … - (niña del pozo)


FIN


Raquel Moreno

Luciérnagas al atardecer


Es cierto, el tiempo verdaderamente se detiene. Lo primero que recuerdo es el chirrido punzante de las pastillas de freno al friccionar los discos. Después de eso, flotas, y  te sientes drogada mientras el sabor alcalino de la sangre te inunda los labios.  Pero si algo no se olvida nunca, esas son las luciérnagas. Un zumbido constante te taladra los oídos mientras ellas te flashean y danzan caóticas alrededor de tu cuerpo casi inerte. Azul policía, naranja ambulancia… Jocosas ellas pululan entre la barbarie quebrada y la adrenalina anestesiante.

-Médula seccionada. Lamentamos informarle que su padre no volverá a caminar.- Así, en un segundo, se vuelca un coche y una vida. Ese día juré que jamás olvidaría la cara del cabrón que se llevó las piernas de mi padre. Quién me diría que la suerte macabra le convertiría en mi compañero de los cursos de antropología.

-Su nombre, por favor-, dijo Johannes. Absorta por aquel título reaccioné asustada ante el codazo de Kimi.

– ¡Vamos, vamos! Contesta- dijo ella.

-Alma, mi nombre es Alma De la Garocha-, respondí aturdida sin poder apartar la mirada de aquel cuadernillo: “Antropología de la religión: Ritos funerarios y magia en la escuela Voodoo”. Ese día, mientras la pequeña Kimi farfullaba, conocería al doctor Johannes Strauss. Hierático y de facciones duras -típicas de estirpe germana- mantenía el encanto hipnotizante de aquel que se ha criado en la sureña y embriagadora Nueva Orleans.

Los días transcurrían en el aula al ritmo de viles ánimas y liturgias negras. Mi mente, profundamente obsesionaba, aún no comprendía aquel funesto destino. En cada cruce de miradas con Julio, me convencía de que no existe tortura más cruel que aquel que ha despedazado tu vida ni siquiera recuerde tu cara. ¿La sensación? La rabia paraliza tus nervios y te oprime el pecho. El odio toma las riendas, y entonces, algo cambia en tu vida.

Un martes cualquiera Johannes anunció que tendríamos el placer de asistir a una clase práctica sobre magia lóbrega en Haití. Así, nos introdujo en algunos conceptos básicos de la brujería negra. Entre loas, supersticiones y animismo nos encomendó realizar una muñeca sagrada de protección. Obsesionado con el método, repetimos ad nauseam los procederes rituales estipulados. Diez gramos de tiza blanca, dos cordeles de esparto, una muñeca de trapo, cinco clavos oxidados y un puñado de sal.

-Felicidades, el ritual ha sido completado. Ahora ya disponéis de vuestro propio fetiche mágico- espetó el doctor Strauss.

Asimismo, Johannes nos recordó que de algún modo las palabras rituales pueden llegar a ser cautivadoramente tenebrosas, y ciertamente mauvais dieu lo era. La ceremonia iniciada en clase correspondía a una de las vertientes blancas de la magia voodoo, sin embargo, el doctor Strauss confesó que el verdadero poder descansaba en el mauvais dieu.  -¿Mauvais dieu?, ¿A qué se referiría?, ¿Qué sería aquello?-. Profundamente intrigada, recopilé toda la información disponible en la red referente a aquel rito. Sumergida en un mar fotos en blanco y negro, animales sacrificados, cabello humano y cenizas, entre aquella taumaturgia macabra, encontré una tesis doctoral bajo la autoría del propio Johannes, su nombre: “Mauvais Dieu o el Dios Malvado”.

Si bien en clase practicábamos con tiza, cordeles y muñecas de trapo, el mauvais dieu versaba de alcohol, sangre, huesos calcinados y restos humanos. Sorprendentemente uno de sus usos más habituales eran los ritos de amarre. Con notables ansias de saber, solicité una tutoría en la que buscaría respuestas. Allí, reunidos en su despacho envuelto por una atmósfera de polvo y decadencia, dubitativo, el profesor Johannes finalmente accedió a facilitarme todo aquello que deseaba saber.

-Querida Alma, los ritos de amarre consisten en ligar el espíritu de dos sujetos. Tradicionalmente el del vial y el del contenedor.-

Las dudas asaltaban mi consciencia mientras Johannes proseguía con su exposición.

-Es simple, curiosa Alma, al vincular sus ánimas es posible proceder a la fase de transferencia vital-. En dicha fase el vial de salud, o sacrificado, cedería su vida a cambio de que el contenedor recibiera toda su esencia vital.

-Entre los prosélitos voodoo se llega a hablar de chamanes que jamás envejecen mientras la ciudad marchita y perece. Pero ya se sabe, esto no son más que supercherías.- dijo él, invitándome a abandonar su despacho consumido el tiempo de la reunión.  Atemorizada pero decidida, disipé toda duda, si aquello era cierto mi padre volvería a caminar.

-Vamos Alma, ¿En serio que no quieres un poquito de cerveza?-

-No gracias Kimi, estoy bien- Realmente me hubiera bebido dos barriles de cerveza para apaciguar los nervios, pero aquel día necesitaba estar totalmente sobria. Mientras me libraba de Kimi y los demás, me perdí entre aquel caos de sudor, alcohol, rock y proclamas comunistas trasnochadas.

-Un mini de kalimotxo, por favor.- Le dije a la punki de aquella barra de bebidas en el pasillo.

-Son 4 euros. Precios populares y solidarios.- respondió.

Ocultándome de las miradas extrañas, diluí abundantes pastillas en aquella bebida. Ensimismada, contemplaba como los tranquimazines, que algunas noches arrinconaban las penas de mi padre, ahora se disolvían en aquella mezcla.

Ojeé entre las multitudes hasta que finalmente di con ese bastardo. Allí se encontraba él, Julio apestaba a porros y a licor barato. Jactándose ante las chicas de Contrapoder  y 1º de Mayo sobre sus hazañas sexuales y las legendarias cualidades de su hígado, le ofrecí mi bebida.

-Julio, eres pura charlatanería. Seguro que con este mini no puedes.- dije.  Pero aquel cabrón no dudó un solo segundo en ingerir mi cocktail “viaje a la tranquilidad” de un único trago. Los efectos fueron casi inmediatos, en apenas unos minutos empezó a tambalearse y a aquejarse de fuertes náuseas.

-Está demasiado borracho. Le acompañaré al baño para vomitar y despejarse-. Ninguno de los presentes mostró reparo alguno, estaban demasiado entregados al alcohol y al fervor de la música punk. Sobre mis hombros cargué su inconsciencia y destino. Encerrados en uno de los lavabos rebusqué en mi bolso las herramientas necesarias.

-Una falange, dos dientes y un mechón de pelo.- Trataba de recordar con exactitud las palabras que pronunció Johannes. Nada podía fallar.

Primero fue el dedo índice, tomé con decisión los alicates. Un corte sucio cercenó el hueso astillando la falange, los crujidos arenosos desgarraban la carne. Sentí un asco profundo, pero introduje mis dedos en su boca para continuar con los preparativos. Con movimientos rechinantes conseguí arrancar ambos dientes, pero una de las raíces se partió insertándose entre la carne rosada y los borbotones de sangre y saliva. Dejé a Julio sentado sobre el retrete y tomé un pequeño mechón de pelo. Tenía la mandíbula muy hinchada, pero la hemorragia parecía que había empezado a remitir. Si alguien se lo encontraba, parecería una común pelea de borrachos.

Me apresuré a descender al sótano de la facultad, todo estaba perfectamente dispuesto después de varias semanas de planificación. Allí, en un aula recóndita, se encontraba mi padre postrado en su silla de ruedas, drogado y rodeado por 3 círculos concéntricos de polvo de ladrillo y tiza blanca.

-Debes incinerar la falange, el pelo y los dientes sobre grasa de cerdo. El fuego será avivado con alcohol etílico y la sangre de una gallina sacrificada in situ. El ungüento resultante será derramado al ocaso sobre la cabeza del contenedor-. Alma procedió según lo indicado por el doctor. El fuego aún seguía vivo mientras ella restregaba la mezcla por la cabeza de su padre. El olor a cabello humano y carne calcinada resultada cargante y perturbador.

-Parece que no ha funcionado- dijo ella. Pero en ese ápice de desesperación, su padre abrió los ojos exaltado. Sus pupilas se encontraban totalmente dilatadas. Confuso, hizo un ademán por levantarse. Alma no podía creer lo que contemplaba, su padre, aún como un ciervo recién nacido, se había erguido. Sin más vacilaciones ella corrió hacia él y ambos se fundieron en un enérgico abrazo. En ese momento alguien apareció, pero ella, demasiado exaltada, ni siquiera reparó en que en aquella habitación también contaban con la inestimable presencia del doctor Johannes Strauss.

Agarrada fuertemente a su padre, Alma sintió súbitamente un intenso dolor punzante en el abdomen. Miró hacia abajo y horrorizada descubrió como el brazo de su padre le había atravesado y desgarrado el vientre. El trauma recorrió su nervio espinal como un latigazo eléctrico. Su padre se le acercó al oído y le susurró:

-Pequeña Alma, muchas gracias por el regalo, esta mi forma de agradecértelo-.
Bruscamente, su padre retiró el brazo de las entrañas mientras sus intestinos se descolgaban hacia el exterior. Los fluidos corporales encharcaron el suelo.

-Querido Johannes, qué sitio más extraño has elegido para volver a abrir las puertas del infierno. Y por favor, ¿Es que nadie va a limpiar este estropicio?-.


Tumbada sobre el frío cemento la sangre inundaba sus papilas. Entre lágrimas, hundió su retina en los restos de aquel macabro ritual. Mientras, el chisporroteo incandescente de la grasa al consumirse le hizo contemplar de nuevo las luciérnagas al atardecer.

Héctor Puente 

Diario secreto de la rata Capriles

Bueno, ¡ya estoy aquí! Al fin se ha terminado la mudanza del demonio, y tengo todas mis cosas repartidas en este nidito acogedor que empieza a oler mejor que ninguno. Así es, Diario (tampoco sé muy bien cómo llamarte, de hecho… ¿debería “llamarte”?), he despedido a mi vida anterior con una sonrisa y empieza el resto de mi nueva vida aquí, en la facultad.

Al principio no me lo podía creer, ¿que habían habilitado la facultad de Políticas y Sociología para ratas y cucarachas? No me lo pensé ni un segundo: ¡era la oportunidad perfecta! Dejé atrás los problemas, los olvidé. ¡Había que hacerle espacio a todas las aventuras que me esperaban aquí! Y no me equivocaba, no he tardado en encontrarme con bichos increíbles que me han dado una bienvenida la mar de inesperada.

Al llegar noté que olía todo demasiado a limpio, no terminaba de sentirme cómoda, la verdad. Pero fue saltar un par de pieles de plátano y bordear algún que otro vaso de plástico y me encontré a los bichos más increíbles que he conocido: Al y Sebas. En cuanto me vieron corrieron con sus seis patas a saludarme, pegándome con sus antenitas y empezaron a hacerme preguntas. Que si era nueva, que cómo me llamaba, que si necesitaba ayuda para asentarme, que si tenía novio… Eran encantadores, algo pesados, pero muy muy dicharacheros. Ya te digo, Diario, que me pasé medio día visitando las instalaciones de mi nuevo hogar con ellos. Conocí también a alguna paloma del exterior del edificio, que sobrevolaban ante las puertas sin intención de entrar, y a otras dos cucarachas algo menos contentas de lo que cabría esperar.

- No hay derecho.- decía la más anciana, sosteniendo un papel sobre el que ponía “Visite nuestra facultad, ahora es también lugar para bichos como usted”. Daba pataditas en el suelo mientras deslizaba la mirada del papel a las paredes.- En el folleto decía que estaría hasta arriba de basura… ¡y tan sólo hay cuatro papeles mal tirados!

-Es una vergüenza.- convino la otra cucaracha.

En ese momento Al se adelantó, con paso diligente y una cordial sonrisa en la boca, su seguridad inspiradora dio paso a una voz algo quebrada que no dejaba de ser dulce.

-Paciencia amigas mías, tan sólo es el primer día. Ya veréis como mañana os gustará mucho más. ¡La suciedad no hará más que crecer!

-¿Y cómo sabes tú eso?- las cucarachas alzaron sus antenas, pero seguían pareciendo desconfiadas. En cambio yo ya tenía toda mi fe puesta en las palabras de Al, que soltó una risotada.

- Bueno, digamos.- dijo con tono jocoso.- Digamos que soy muy veterano en esta comunidad.

¡Y ale! La conversación acabó ahí y yo seguí a mis dos acompañantes, más feliz que una lagartija al sol. Me llevaron hasta un rincón bien agradable y dijeron que era un buen lugar en el que asentarse, por lo que descargué mis cosas allí y les di las gracias. Desde entonces he estado acondicionando esto, y creo que lo he dejado monísimo, ¿no crees Diario?

***

Vaya, no tenía ni idea de que hubiera tanta gente en esta facultad. ¡Y tantos grupos! Las asociaciones por la liberación de la cucaracha proliferan por el pasillo, mientras que cada pocas horas hay alguna asamblea mixta de cucarachas y ratas en las que hablan temas como “La suciedad como empoderamiento del colectivo invertebrado”. Aún no logro entender qué significa todo lo que dicen, pero parecen bichos muy formados e interesantes.

En cuanto a mi casa, Al tenía razón, hoy he amanecido con una piel de mandarina sobre mi nido, y algún que otro plato de plástico decorando el suelo de la entrada. ¡Y lo mejor de todo es que tenían aún comida! Lo reconozco, Diario, a ti no te voy a engañar: por las mañanas me levanto con un hambre que no veas. Así que ni pincha ni corta me he servido esas cabezas de gamba y las judías verdes mordisqueadas con un gusto tremendo. ¿Y qué mejor forma de bajar el desayuno que un paseo? Recorrí con energía los pasillos y pude ver a todas mis vecinas atareadas ya en sus labores: algunas cucarachas ponían carteles de diferentes ideologías políticas, grandes y rojos, en los que se podía leer “Juventudes cucarachiles, contamos con tu antena”. Otras pintaban las paredes. Algunas ratas ponían carteles de color fucsia que ni me paré a leer. 
¡Eran tantos!

Tanta actividad me abrumaba y me encantaba a la vez. Eran como hormiguitas gordas y rechonchas todas caminando en el mismo sentido. Qué monas.

Pero claro, iba tan absorta en mis cosas que no me he dado cuenta de que un humano con sus botas inmensas ha pisado mi cola. ¡Qué dolor! ¡Y qué desfachatez! Ni siquiera se ha agachado a disculparse. Tan sólo ha mirado hacia abajo rápidamente y ha seguido andando. Me he indignado de tal manera que he ido corriendo a hablar con Al. Pero cuando me he plantado en su despacho (entre dos cubos de basura) él estaba ocupado con unos papeles y Sebas me ha dicho que tan sólo podía atender urgencias.

-¡Esto es una urgencia!- exclamé.- ¡He sido ultrajada! ¡Han violado mi integridad física!

Pero Sebas se limitó a negar con la cabeza y siguió a lo suyo. ¿Qué está pasando aquí, Diario?

***

Ya está, lo hice. Me he unido a la asociación “Ratas libres contra la opresión del cucarcado” y he empezado a asistir a sus asambleas. Y, lejos de lo que pueda parecer, hay muchas ratas en mi misma situación. No sólo eso, sino que entre todas ofrecemos una alternativa, un cambio. La dirección de esta comunidad debe cambiar, y somos nosotras las que debemos dar el primer paso, morder primero antes de que nos muerdan por detrás. Ahora empiezan a tener sentido conceptos como “autonomía de la rata” o “lucha de alimañas”.
Justo hoy, entre la suciedad siempre creciente que nos da ánimos por continuar nuestra lucha, nos hemos manifestado al ritmo de chillidos y movimientos de colas. Sí, me he pasado la mañana pintando pancartas, pero ha merecido la pena verlas ondear mientras reclamábamos unos derechos que al parecer tan sólo tienen los simpatizantes del régimen cucarachista. Pero entonces han aparecido dos perros enormes que olfateaban entre nuestra basura: no iban a dejar que terminásemos la manifestación. Seguro que Al y Sebas tenían algo que ver con esta represión. Pero no nos importa, la lucha seguirá, y mañana volveremos a unir nuestras fuerzas para levantarnos contra el opresor.

Una cosa está clara: mañana será mi último día en esta comunidad. Se me acaba el contrato de alquiler y no pienso renovarlo. Me quedaría a luchar por mis compañeras, pero me he dado cuenta de que el cucarachismo está presente en toda nuestra sociedad: como una plaga de pequeños insectos oscuros, invaden la conciencia de las alimañas y les dictan un orden de suciedad contra el que alguien tiene que rebelarse. Mañana serán ellas o yo.
***
Han pasado ya tres días desde que empecé este diario, y parece que fue ayer. Estoy agotada, y furiosa. 
¿Por qué sigo escribiendo? Ya no lo hago por mí, sino por todas mis compañeras que seguirán luchando una vez me haya marchado. Dejaré este documento en la facultad para que todas podáis leerlo, y lo esconderé en un lugar donde los agentes del cucarcado no lo puedan encontrar.

Por eso, a las ratas que encuentren este papelillo os digo: ¡ánimo camarratas! Nunca estaréis solas en vuestra lucha. Hoy me habéis demostrado que puedo confiar en vosotras, y que juntas podemos conseguir lo que queramos. La suciedad inmensa que cubría hasta las paredes de la facultad ha permitido que boicoteemos algunas de sus instituciones opresoras como la granja de pulgas, y eso ha supuesto un duro golpe al régimen cucarcal.

Me ha resultado halagador que todas las jóvenes cabecitas de ratas recién llegadas apuntaran hacia mis discursos que, con la voz más potente que pude, chillé en nuestra reivindicación, aunque quiero también ofreceros una advertencia. Tal y como yo me voy, muchas otras os iréis también, pero lo que nunca debéis perder es el ánimo revolucionario que nos ha llevado hasta aquí. La suciedad está creciendo cada vez más, quizá hasta formar un estercolero total, quién sabe. Pero todo acaba, y algún día desaparecerá. Debéis estar preparadas para entonces, afianzar vuestros conocimientos y descubriros a vosotras mismas: crear una identidad colectiva que nos ayudará a combatir el cucarachismo individualista que siempre nos han querido inculcar.

Con estas breves palabras me despido. Desearía que en cada joven corazón ratil que leyera esta nota se encendiera la llama de la rebelión, y desde las alcantarillas de Pozuelo seguiré animando la lucha que ha marcado cuatro días de mi vida. Los cuatro días más maravillosos de mi vida, y en los que he aprendido que la colectividad siempre es más fuerte que la apatía cucarachista.


Hasta siempre, Rata Capriles, ahora expresidenta de “Ratas libres contra la opresión del cucarcado.”

José C. Sancho

Medidas drásticas


¿Hasta dónde estarías dispuesto a llegar para seguir estudiando?

Ése día, Estela llegaba tarde a clase. Había estado trabajando hasta tarde y tenía clase a primera hora, pero su cuerpo había exigido unas cuantas horas más de sueño y había acabado por ceder. Acabó mandando un “whatsapp” a sus compañeros y quedando con ellos en la cafetería de la Facultad de Ciencias de la Información.
Cuando llegó había un extraño y lúgubre ambiente entre ellos que no le gustó nada. Acercó una de las sillas a la mesa y no tardó en preguntar.
-¿Hey, qué pasa?
-Estela, qué hay. –Marina, la chica con la que solía hacer todos sus trabajos en grupo fue la primera en saludarla- Verás, es que a Roberto y a Manuel les han denegado la beca.
-¡No fastidies! ¡Pero Roberto mínimo debería tener una de excelencia!
-Pues ya ves. –El afectado se encogió de hombros- No creo que pueda pagarme este año.
Los padres de Roberto estaban en paro y tenían otros dos hermanos pequeños que mantener. Las posibilidades de pagarse la universidad ahora sin una beca brillaban por su ausencia. Estela sonrió amargamente.
-Sabía que esto pasaría. –dijo- Por eso me puse a buscar trabajo en lugar de solicitar una beca este año. Pero buscar trabajo ahora es un suicidio. Tiene que ser a inicios de verano o en Septiembre si de veras quieres encontrar algo decente.
-Como si ahora hubiese trabajos decentes. –Respondió Manuel socarronamente-
-Pero tíos. Va en serio. Roberto va a tener que dejarlo.
Marina estaba preocupadísima por la situación del chico. Lógico, pensó Estela. Llevaba desde que entraron en la carrera detrás de él y si lo dejaba sería imposible verlo de nuevo. Los cuatro amigos entonces empezaron a discutir maneras de que el chico pudiese costearse los estudios.
-Puedo mirar en mi curro si alguien necesita que le echen una mano. Pero los horarios son el infierno.
-No te preocupes. Si es el caso me las apañaré.
-Puedes tratar de matricularte de menos y ver como tira la cosa.
-No querría hacer eso. Quiero acabar lo antes posible para ayudar a mis padres con lo de mis hermanos.
-Puedes vender un riñón.
-¡MANUEL!
Los otros tres (Especialmente Marina) se giraron a mirar de manera no muy amistosa al chico. Manuel vivía bastante despreocupado del mundo y la vida. No sabían cómo, había logrado conseguir unas becas los años anteriores pero se había dedicado a gastarse el dinero en viajes al extranjero. Alzó las dos manos entre él y sus compañeros nerviosamente y continuó hablando con un tono conciliador.
-¡Hablo en serio! Dicen que en la facultad de medicina hay un profe que vende órganos de alumnos al mercado negro, y reparte los beneficios. “Fifty-fifty”, ya sabéis. Él hace la operación y pone el sitio. Pero el órgano es por lo que pagan. Tu que eres muy sanote seguro que podrías sacar un buen pellizco, Rober.
-¡Venga ya! –Marina dio un golpe en la mesa- ¡No hay manera de que eso sea cierto! Seguro que es algo que un alumno al que haya cateado se ha inventado para que la gente no se fíe.
-Aunque medicina está carísima, ¿sabes? –Estela se quedó algo pensativa- No es un mal negocio. No sé.
-…
-Roberto, ¿No les estarás creyendo, verdad?
Roberto se había quedado en completo silencio después de escuchar a Manuel. Cuando Marina se dirigió a él, dio un respingo como si hubiese pisado una chincheta descalzo.
-¡Oh, claro que no! Es imposible que esas cosas sean ciertas…
La semana siguiente, Roberto no asistió a ninguna clase. Tampoco llegó a contestar a ninguna llamada o mensaje que sus otros tres amigos le mandaron, preocupados porque sus padres no les daban información fiable de donde estaba. Regresó el lunes siguiente, pálido como un muerto y con unas ojeras de espanto. Cuando Estela fue a preguntarle dónde había estado, sonrió y dijo que había encontrado un trabajo de jornada intensiva y había sacado bastante dinero.
-Con esto y con lo que tenía ahorrado, creo que podré pagarme este año.
Por supuesto, todos se alegraron con la noticia. Nadie se merecía más que Roberto acabar su carrera. Pero al final del día, Manuel se acercó a Estela en el metro de regreso a casa para preguntarle en un susurro:
-¿Crees que lo ha hecho…?
-¿Hablas de lo del riñón? Imposible…
-En ese caso, ¿tienes huevos a preguntarle?
Estela no respondió, pero ambos se quedaron observando a su amigo en silencio.
Era hora punta en el metro y ninguno salvo Marina, que volvía en coche, había logrado encontrar espacio para sujetarse a las barras de acero. En un frenazo, Roberto casi se cayó encima una señora, pero logró evitarlo estirándose y logrando apoyar una de sus manos en las puertas automáticas.  Suspiró aliviado y pidió disculpas a la mujer, recolocándose la ropa que se había movido por la fricción con la gente y su reacción brusca. En la siguiente parada se despidió de sus dos amigos y desapareció entre la marabunta de gente.
Ni Estela ni Manuel dijeron nada el resto del trayecto, pero sabían que ambos estaban pensando lo mismo. Cuando Roberto se había estirado para apoyarse en la puerta automática su camiseta se había levantado y un destello había captado su atención.

Era el destello plateado de una grapa quirúrgica.
Constanza Varela

El Sigilo de la Pezuña Hendida



    —…cuando el insoportable ruido del revoloteo de las moscas hizo interesarse al conserje, los gusanos ya habían hecho aparición dispersos por todo el cuerpo. El grado de putrefacción había teñido la piel de un tono bilioso. Unas zapatillas magentas, chándal de sport y camiseta negra engalanaban el cuerpo menudo del malhadado ser que, decapitado, se encontraba recostado bocabajo, con las manos atadas por la espalda. El crimen que encerraba el aula 217 fue descubierto cuando Ángel Mellado, encargado del mantenimiento de la Facultad durante los meses de invierno, abrió el portón de madera de la sala alertado por el incesante ulular de los insectos. Tuvo que esperar más de dos minutos acuclillado para recomponerse de la inicial bofetada que el crudo olor a muerte le propinó.  Poco a poco fue introduciéndose en la lúgubre aula, que no era de las más grandes de la Facultad, para subir las persianas e inundar la sala de luz. El Sol descubrió moscas pegadas en la pared y moscas deambulando erráticas con locura, chocándose unas contra otras, arremolinadas detrás de la gran mesa del profesor. Ángel se aproximó cauteloso, tapándose la nariz con la mano para intentar frenar aquel olor al que era imposible acostumbrarse. Con un fuerte revolcón en el estómago, el conserje sabía que tras aquella mesa a la que estaba a punto de asomarse solo podría descubrir algo que le cambiaría la vida para siempre. Cuando contempló el horror, no pudo más que gritar. Gritar fuerte, a voz en cuello, con las pupilas dilatas, la mirada sin rumbo y una expresión incalificable.  Cuando los forenses manipularon el cuerpo en la morgue le descubrieron extraños símbolos pincelados a cuchillo en su pecho. Letras runas, pentagramas invertidos, una cruz satánica… Pero lo más terrorífico fue el detalle que encontraron en su cabeza. La lengua fue clavada a la barbilla con un clavo negro. Al parecer, la lengua extendida es el símbolo de la muerte. Tras dos meses de investigación, la policía declaró imposible la resolución del caso ante falta de pruebas y pistas. Pero algo sacaron en claro y así se hizo constar en el archivo del caso. El móvil del crimen fue un ritual satánico.

      —Pfff vaya chorrada de historia —profirió Agus.
      —Eh, vosotros me lo habéis pedido —se defendió Pedro—. Yo solo os lo cuento tal y como es.

      —Oye Pedro, estoy buscando por Google y no encuentro nada de esta historia —dijo Davide interesado en el relato.

      —Eh, lo que queráis chicos, me habéis preguntado por leyendas y yo os cuento leyendas. De todas formas, sé que Ángel Mellado sí existió y fue conserje de la Facultad —siguió defendiéndose Pedro.

      —Y, ¿cómo lo sabes? —le preguntó Ainhoa.

      — Lo sé, querida vascona, porque J.J. -el conserje de la segunda pecera de la tercera planta- es amigo y me lo ha certificado. Al parecer, su padre fue compañero de Ángel Mellado aquel verano —asentó firmemente Pedro.

      —Con que te lo ha “certificado”… —dijo Ainhoa con displicencia.

      —Así que rituales satánicos, ¿no? —insistió Agus.

      —Satanismo, nigromancia, ocultismo… yo qué coño sé —contestó Pedro—. El caso es que la historia es cierta.

      —Yo te creo Pedro —dijo convencido Davide—. En la Italia hay muchas historias de brujería y exorcismos. Tengo un amigo cuyo… em… cómo se dice nonno… ¡ah sí!, cuyo abuelo trabajó como periodista e investigó sucesos relacionados con asuntos de sectas satánicas. Además, como dice un cómico famoso de mi patria, “si existe un dios, existe un diablo”. Yo creo en Dios así que…

      —Gracias Davidé. Al final va a resultar que el erasmus sirve para algo —dijo con sorna Pedro—. Por cierto —continuó mientras recogía  la mochila de la mesa de la cafetería tras constatar que ya eran más de la una de la tarde—, este viernes se cumplen veinte años del asesinato de aquel chico. ¿No es emocionante?


      Durante los cuatro días que transcurrieron hasta el viernes de aniversario, el tema fue recurrente únicamente para vacilar a Pedro que, cansado de sus amigos, decidió no volver a mencionarlo. Davide, a quien la historia no le había producido el mismo desinterés que a sus colegas, invitó a los tres a la fiesta erasmus que la propia Complutense había organizado para la despedida de navidades, antes de que los distintos estudiantes se marchasen a sus ciudades natales para las pascuas. La fiesta, celebrada en la misma Facultad de Ciencias Políticas y Sociología, fue un revuelto de europeos que bailaron durante toda la tarde al son de reguetón y bachatas latinas, entremezclado con clásicos del rock y patrios villancicos entre los que, representando al país anfitrión, no faltó Raphael, para mayor gloria del DJ navarro a cargo de los platos. Alemanes de metro noventa e italianos de pelo en pecho; portugueses morenos y rubios suecos; holandeses pelirrojos y noruegos melenudos. Una retahíla de tópicos que tomaron consistencia entre las paredes del pasillo sin ley de la Facultad, también conocido como “Jumanji”, donde, a pesar de la escasez de españoles, el humo del tabaco hacía denso el ambiente. Las malas costumbres son las primeras en aprenderse. La bebida corrió a cargo de los alemanes, quienes recurrieron a una costumbre navideña tradicional: ponche de vino caliente sazonado con frutas espiritosas y acompañado de bizcochos de nombres impronunciables. Por supuesto, tampoco faltaron licores convencionales. No es por menospreciar las tradiciones alemanas, pero a la primera que vea una botella de JB me la quedo, decía Pedro con su lacerosa sinceridad. Davide, una persona tímida que rápidamente se hizo amigo de españoles sin llegar a conocer a ningún compatriota suyo, empezó a soltarse al calor del vino caliente. Con un vaso de plástico en su mano derecha, cada vez que entablaba conversación con alguien no tardaba más de un minuto en contarles, con un tono de misterio y una confianza en un carisma que solo salía a relucir cuando sus mejillas se enrojaban por el alcohol, la poca creíble historia del sacrificio satánico. Así, no hubo ni un solo país en la fiesta representado que no acabase conociendo la leyenda. Las reacciones se sucedían con la misma diversidad que nacionalidades había presentes. Desde el desinterés pasota de los holandeses hasta la condesdencencia indulgente de los franceses, pasando por la fascinación infantil que mostraron el grupo de los griegos. Fueron los tres hermanos noruegos los que con mayor seriedad e interés escucharon a Davide. Vestidos con botas negras, vaqueros negros y chaquetas de cuero; pulseras y collares de pinchos metálicos y pendientes lanceolados, y portando melenas  hasta la mitad de la espalda, eran, posiblemente, los tres únicos metaleros de toda la facultad. Mientras escuchaban el relato, se miraban y bosquejaban sonrisas irónicas que guardaban algo. Davide, que iba por su quinto vino caliente, no era capaz de percibirlo.

      La noche acabó en un local de Tribunal donde se celebraba el Fucking Thursday, una fiesta que poco tenía de especial. Pero la dispersión hacía horas que se consumó, desconociendo dónde habían acabado cada cual.

      A la mañana siguiente, día de resaca y último antes de las vacaciones, Agus y Ainhoa se encontraron a primera hora. Pedro no apareció, algo habitual incluso en los días en los que la intoxicación etílica no servía de justificante. Pero la ausencia de Davide sí era inusual, sobre todo cuando tocaba Relaciones Internacionales, a cuyo profesor poco le importaba que fuese el último día antes de vacaciones o antes del juicio final. Pasaba lista sí o sí y no concedía más de tres faltas. Las dos horas de clase pasaron lentas y sin interrupción. Se apuró hasta la una en punto, pero se decidió ir a la cafetería a por un cortado para intentar luchar contra la modorra. La Facultad estaba casi vacía. Poca gente en clase, poca gente en la cafetería y pocos coches en el parking. Estuvieron quince minutos sin apenas dialogar cuando apareció Pedro, lívido y exhausto. Se apresuró a la mesa donde se sentaban Agus y Ainhoa, se apoyó con las dos manos en ella e intentó controlar su acelerado respiro:

 — ¿Y Davide?

 —Ni idea —contestó Agus desoncertado.

 — ¿Has venido corriendo Pedro? —preguntó Ainhoa extrañada.

 —Eh, mirar el mensaje de voz que me dejó ayer a eso de las tres de la noche —paró un par de segundos para seguir cogiendo aire—. Yo ya estaba sobado, pero lo he escuchado antes, mientras venía —Pedro sacó el teléfono, buscó el mensaje de voz y matizó la hora de envío—. A las tres y veintitrés exactamente —a continuación activó el altavoz y lo puso en medio de la mesa—: “¡Pedro socorro, estoy en la Facultad, me han se!”…
      La voz de Davide proyectaba pavor. Tanto Agus como Ainhoa lo notaron con la misma congoja que había llevado a Pedro a venir corriendo desde la parada del autobús.

—Joder… no tiene pinta de ser una broma eh —sugirió Agus.
— ¿Qué hacemos? —Ainhoa, habitualmente la más lucida del grupo, en esta ocasión estaba igual de agarrotada por el desconcierto que sus dos compañeros. 

— ¿Recordáis con quién estuvo en la fiesta o con quién se fue después de ella? —preguntó Pedro sin tener muy claro por dónde empezar.

      Agus y Ainhoa se miraron preocupados, esperando a que el otro tuviese una respuesta.

      —No —se adelantó Ainhoa—. Nos separamos rápidamente. Cuando tú te fuiste con los de la asociación, Agus y yo nos quedamos poco más de una hora, pero Davide ya se había perdido entre la multitud.

      Pedro venía mascullando una idea desde que escuchó el mensaje viniendo a la Universidad. Sabía que a sus compañeros les parecería una tontería, pero en este estado de alarma era lo único que podía barruntar con cierta claridad.

     — Eh, hoy es viernes. Es el veinte aniversario de… bueno ya sabéis. La leyenda… —Pedro acabó de pronunciar la palabra sin parpadear, con las cejas arqueadas, escrutando las caras de sus amigos en busca de muecas que tachasen la sugerencia de estúpida. Sin embargo, no fue así.
     —Joder —dijo Agus especialmente asustado—. ¿Dónde coño sucedió? ¿En qué aula?
     — ¿En serio creéis que…? —preguntó Ainhoa desconcertada antes de que Pedro la prorrumpiese.
     — ¡doscientos diecisiete!
    
     Inmediatamente, Pedro y Agus, dejando a Ainhoa plantada en su silla, salieron corriendo hacia el aula sin tener muy claro la lógica de lo que hacían, pero con una desagradable sensación en el estómago a cuenta de lo que le sucedió a ese joven según la leyenda. Mientras subían las escaleras troncales hasta la segunda planta apenas se encontraron con dos personas. Eran las 13:18 y ya no quedaba demasiada gente en la Facultad. Cuando llegaron al segundo piso empezaron a escuchar a lo lejos un estruendo de batería y guitarra con gritos desgarradores, como de ultratumba. Según se acercaban al aula, el ruido tomaba forma de canción. Solo un aficionado al Black Metal hubiese adivinado que aquello era en realidad Kathaarian Life Code de Darkthrone. Cuando abrieron la puerta del aula 217 solo diez velas concedían luz al cuarto. Diez velas colocadas en un círculo amplio. Todavía con el shock, Agus logró identificar a Davide dentro del círculo. Bocabajo, maniatado, pero con la cabeza sin cercenar. Cuando Pedro gritó su nombre, Davide dirigió su cabeza hacia la voz, mostrando un rostro infernal. De las cuencas oculares solo brotaba sangre cobriza y de su garganta un quejido gutural de baja intensidad, pues su lengua se encontraba clavada a su mentón. En frente del círculo, sobre la mesa del profesor, se encontraron sorprendidos tres chicos vestidos de negro. A sus pies, un antiguo radiocasete desde donde se reproducía la música. Son los putos noruegos, acertó a decir Agus antes de que uno de ellos, con un cuchillo en la mano, se cortase la muñeca con un tajo en diagonal. El hermano del medio, sonriendo, le arrebató el cuchillo al primero y repitió la autolesión. Mientras reía y se lo pasaba a su otro hermano, les advirtió que habían llegado demasiado tarde. Que el Señor ya había sido llamado y que el ser de las dos patas con la pezuña hendida resurgiría. Cuando el tercer hermano se desgarró las venas, los tres unieron sus muñecas cortadas y mezclaron su sangre sobre los ojos de Davide.

      — ¡Con la sangre de los que creen y los ojos del que te ansía ver, te llamamos, Bafomet, para que principies tu eterno reinado sobre la tierra de los renegados! —los tres hermanos gritaron la invocación al unísono.

      Agus salió despedido hacia Davide, seguido de Pedro. Le cogieron entre los dos y le sacaron del círculo para llevarle hasta la pared de los ventanales donde le apoyaron mientras le observaban con horror.

     — Os vamos a matar hijos de puta. — les dijo Pedro con una rabia serena mientras los tres hermanos noruegos se hundían en la decepción por lo ineficaz de su ritual.

     Casi al borde del desmayo, los hermanos se bajaron de la mesa y se arrodillaron en el suelo. Pedro, aun con la curiosidad de saber cómo tres noruegos de no más de 22 años llegaron a saber de la leyenda, se empezó a acercar a ellos con la firme intención de aprovecharse de su estado para vengarse, aunque sin saber muy bien cómo. Cuando llegó a coger a uno de los hermanos de la camiseta, con la mirada torva, la música del casete paró en seco. Esto, inesperado, hizo despistarse a Pedro, que miró al casete desconcertado, pues el hermano que más próximo estaba a él yacía casi desangrado en el suelo. Sin tiempo a pensar tan siquiera que la cinta se hubiese acabado, el aire empezó a arrastrar a la habitación un sonido leve, metálico. Como el de una herradura pisando suelo. Un sonido cada vez más nítido, cada vez más próximo. Se podía intuir que desde el pasillo se acercaba al aula, lento, sigiloso. Tanto Agus como Pedro siguieron con la mirada, a través de la pared, el avance de aquellos siniestros pasos, cada vez más próximos a la puerta. Con un calor insoportable dentro del cuarto, el hermano noruego al que sujetaba Pedro soltó una débil carcajada que hizo dirigir la atención de los dos hacia él. El hermano, todavía esbozando la mueca de sonrisa, redirigió con un último esfuerzo la mirada de sus ojos hacía la entrada. Pedro y Agus le  siguieron. Por el umbral de la puerta asomaban dos patas de animal. De cabra, tal vez, cuyas pezuñas estaban marcadas por profundas hendiduras.


Iván Pérez Hernando