miércoles, 17 de abril de 2013

¡Ya tenemos un ganador!


Tras muchos días y deliberaciones, ya podemos anunciar un ganador y éste es (redoble de tambores)...

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José  C. Sancho

Por el relato

La chica más dulce

Enhorabuena al ganador y muchísimas gracias gracias a todos por participar. Pero aquí no queda la cosa, la siguiente lista es la de finalistas (por orden alfabético):

-Reto.

¿Estás entre los finalistas? Bien, pues aún tienes la oportunidad de ganar un premio ¿cómo? Os animamos a todos los lectores de este blog a convertiros en jueces y ser vosotros mismos los que juzguéis las obras. Después de leer cada relato (que están enlazados en los títulos de arriba), podréis votar el que más os guste de los de la columna de la izquierda, el martes 23 a las 12:00h acabará el plazo y a las 13:15 se os animará a acudir a ganadores y finalistas a la asociación para leer las obras y recoger los premios. Muchísimas gracias y mucha suerte.

Si además os ha gustado estad atentos al blog porque añadiremos un par de relatos que aunque no entren a concurso esperamos que os gusten.

A continuación podéis leer la obra ganadora.


La chica más dulce


Dejadme contar la historia de cómo la conocí. Y de cómo tuve que despedirme de ella para siempre. De cómo me hizo sentir cosas que nadie jamás había conseguido extraer de mi alma, e invocó la lujuria de maneras indescriptibles… antes de desaparecer.

Ahora me pregunto, ¿fue alguna vez amor? ¿O ese placer tan intenso pudo hacerme enloquecer? A veces pensaba que la quería, no lo voy a negar, y engañarme recordando sentimientos muertos no ayudará a superar su pérdida. Esa conexión, esa fusión de identidades, consumiéndonos el uno al otro para formar una única unidad, era demasiado fuerte como para teñir la imagen de colores que no le corresponden.

Así pues, ¿cómo empezó todo? No esperéis encontrar aquí una profunda historia de amor pues, creo, ella nunca me amó, o al menos no como yo a ella. Por ello no comencemos como el típico cuentecillo romántico, nunca hubo tal cosa. No la vi un día lluvioso, en la facultad, creyendo que nada mejoraría en mi vida, ni me sentí maravillado de su presencia en cuanto mis ojos se posaron en su cuerpo. No pensé que estaba hecha para mí desde el mismo momento en el que me planté frente a ella y, casi a escondidas, la observaba sin saber qué decir. ¿A quién quiero engañar? Fue así mismo, tal cual. Y para terminar de arreglar las cosas un amigo, el Chapas le llamaba, descubrió mi mirada lasciva y comentó socarronamente:

-Te gusta, ¿eh? Es de lo mejorcito de la facultad.

Yo le miré sorprendido, saliendo de la burbuja que su imagen había creado entre mi mente y el resto del mundo. ¿La conocía? ¿Desde cuándo? ¿Y cómo era la primera vez que la veía? Es más, ¿cómo había podido estar tan ciego todos estos meses para no verla ahí, siempre, esperándome?

No me atreví a tocarla, a conocerla, y supliqué al Chapas que me sacara de la cafetería, no podía estar ahí con ese sentimiento de impotencia. Pasaron días enteros en los que, sumido en mi soledad, ella me parecía la única luz al final de ese oscuro túnel que se formaba a mi alrededor. Hasta que, un día nublado y fresco, decidí actuar. Volví enérgicamente a la cafetería esperando encontrarla, y allí estaba de nuevo, e incluso juraría que me echó una mirada juguetona cuando sonreí, a su lado. Su curvilíneo cuerpo me fascinó, evocándome experiencias que tan solo ella podía hacerme vivir. Me armé de todo el valor que pude encontrar y decidí conocerla.

Y resultó ser la cosa más dulce y entrañable con la que me había relacionado antes. Me sentí al instante preso de su silueta y su piel, me acababa de convertir en su esclavo. La cosa funcionó, a pesar de mis expectativas y las del Chapas, que no tenía demasiada fe en mí, tomándose a broma mi fijación por ella. Así, pasaron los días, y nos fuimos conociendo mejor. Ella llegó a saber cada rincón de mi vida, y yo me fascinaba con la suya. Hasta que sucedió. Lo más maravilloso que he experimentado nunca. Nos besamos. Nuestros cuerpos se chocaron en una explosión de sabor, increíblemente tierna. Era lo más dulce que mis labios habían acariciado nunca.

Recuerdo perfectamente ese momento porque ese día la había llevado al parque frente a la cafetería, y sentados en la hierba, bajo el sol de primavera, dibujamos juntos un corazón en el aire, antes de rozar tímidamente nuestros labios, en un beso humilde que se transformó poco a poco en un relámpago que nos consumía a ambos en un festival apasionado y dulzón al mismo tiempo.

Esa misma tarde acabamos en un aula vacía, que cerramos con llave. Y con su piel tersa tumbada sobre la mesa del profesor, con las curvas que hacían que perdiera la cabeza por ella, me miraba sonriente, esperando que volviera a besarla, que descubriera su cuerpo con mis labios y le hiciera ver más de lo que ella nunca antes había visto. Mis dedos acariciaron su figura con cariño, mientras seguía besándola poco a poco, como quien saborea un helado muy pero que muy caro. Ella me devolvía el beso como si conociera a la perfección mis labios, y poco a poco fue recorriendo mi cuerpo, tocando mi piel y apretando mi vientre.

En ese instante decidí quitarme la chaqueta, sin llegar a desnudarme, aunque  ella  me mostraba todo su cuerpo desnudo. Ya no había nada que ocultar, nuestras almas, nuestra identidad, quedó ahora vulnerable frente a la mirada del otro. Seguí jugando con mis dedos, descubriendo cada recoveco de su cuerpo, y haciéndola crujir de placer a cada momento. Su aroma me hipnotizaba con cada sacudida, haciendo mover mis manos y mis brazos alrededor de su figura, dejando que ella también me poseyera. Tocó partes de mi cuerpo que ni siquiera conocía, y me hizo gemir de placer al acariciar mi miembro musculoso y húmedo. No pude soportarlo más, agarré sus curvas bamboleantes e introduje la cara entre los pliegues de su piel, inundándome de su aroma, y su eterno sabor dulce. Soltó mi miembro y nos miramos fijamente, respirando con dificultad.

Ambos lo sabíamos, era el momento, le di un firme y larguísimo beso y acaricié su cara con la mía antes de tomarla. Con cada empentón ella se estremecía violentamente, y el placer se reflejaba en nuestros rostros. Mi miembro se deslizaba a dentro y a fuera, de manera acompasada, provocando un ritmo de jadeos y gemidos que me excitaban cada vez más. Por ello iba aumentando la fuerza de mis sacudidas. Estaba dentro de ella, y ella estaba dentro de mí, disfrutando en comunión de nuestros cuerpos entrelazados. Seguimos así durante lo que a mí me parecieron horas, y el sudor se escapaba de nuestros cuerpos. Cuando, finalmente, la hice totalmente mía, la besé por última vez y caí en un sueño profundo.

Cuando me desperté, ella ya no estaba ahí. Tan solo quedaban sobre la mesa los restos de nuestro secreto. 
Me volví loco intentando buscarla por la facultad, pero no la encontré, ni siquiera en la cafetería. Quería volver a sentir su piel en mis labios, su olor, volver a hacerla estremecerse mientras ella era mía, y yo era suyo. Su eterno esclavo.

Pero ya no estaba, y a la mañana siguiente tampoco la logré encontrar.

-Vaya putada.- comentó el Chapas cuando, al llegar juntos a la cafetería, vimos que ya no estaba ahí.

Pasaron los días, hasta que la reconocí en el pasillo. La vi tomando la mano de otro chico, acariciando sus labios. La sorpresa me paralizó. ¿No había significado nada lo de aquella noche?  Comprendí entonces que nunca sería mía.

No pasó mucho tiempo hasta que me volví a topar con ella, cara a cara. Me disculpé, por lo que fuera que había hecho mal, y esa tarde acabamos en una clase de nuevo. Se deshizo en virutas de placer, mientras yo volvía a intentar poseer lo único que podía atrapar de su esencia. Me había convertido en su amante.

Las semanas continuaron, y seguí viéndome con ella, y descubriendo como si fuera vez, cada rincón de esa voluptuosa figura que tanto me excitaba. Su olor inconfundible me transportaba siempre a esa tarde primaveral en la que había creído que era mía, y habíamos penetrado el uno en el otro. Pero siempre acababa desapareciendo sin que yo me diera cuenta, y apareciendo de la mano de cualquiera en los pasillos.
En una ocasión, el Chapas me pidió compartir una de nuestras experiencias, y ella no tuvo inconveniente. Es más, se estremeció violentamente cuando los dos relamimos y besamos su contorno, y cuando, finalmente, nos enlazamos con su cuerpo desnudo. Fue algo mucho más intenso, más, por decirlo de alguna manera, brutal, pero tanto el Chapas como yo sabíamos compartir, y ella lo disfrutó mucho más, casi tanto como nosotros.

Pero, como he dicho, esto no es una historia de amor. Ella no sentía lo mismo por mí, y los celos se fueron apoderando de mi mente cada vez que la veía con cualquiera. Que otros disfrutaran su cuerpo, que fundieran sus labios con ella, que la tocaran allá donde pensaba que sólo yo había logrado alcanzar, me devolvía a esa sensación de oscura impotencia que había experimentado antes de conocerla.

No podía seguir así, debía terminar con esa relación. No podía pretender que fuera mía si ella pasaba de mano en mano, y la gente tal y como habíamos hecho el Chapas y yo, la compartía sin pestañear.
Por ello decidí volverme a encontrar con ella una última vez. Por los viejos tiempos, pensé. Así, me acerqué una mañana lluviosa a la barra de la cafetería, igual que la primera vez que la vi. Me esperaba, y tanto ella como yo sabíamos que eso era una despedida. Con un esfuerzo, me obligué a mirar al camarero y pedirle que me la acercara:

-Deme una palmera de chocolate, por favor.


1 comentario:

Sheila dijo...

Brillante, es el relato más redondo de todos y por eso has ganado. Aunque el recurso que has utilizado es común en la modalidad de relato corto (el que parezca algo que luego no lo es), lo has sabido llevar muy bien. Está escrito de maravilla y una vez que sabes de qué se está hablando y lo relees toda la historia sigue teniendo coherencia. Lo dicho brillante.